Casinos del pueblo: la nueva forma de apostar en Antofagasta

Las tragamonedas… ¿máquinas de azar o de destreza? ¿Pueden producir ludopatía? ¿Por qué se han tomado el centro de Antofagasta y cuánto tiempo más se le pronostica a este negocio? Éstas y muchas otras son interrogantes que surgen cuando se investiga todo lo que rodea al negocio de los tragamonedas. Una forma de oficio nueva en la ciudad y que para algunos ha ayudado a surgir a mucha gente. Pero como todo nuevo negocio, lo envuelve un halo de misterio y escepticismo sobre qué tan legal es y hasta qué punto se diferencia de los casinos.

Desde las 10 de la mañana los locales de máquinas tragamonedas se aprestan para abrir y esperar a sus ávidos jugadores que muchas veces ya esperan en la puerta del local en busca de un golpe de suerte que los haga regresar a sus hogares con una sonrisa gigante y cargados de monedas. Estas máquinas se tomaron literalmente el centro de Antofagasta. Unos dicen que son máquinas de azar, como las de los casinos, otros niegan eso y afirman que son de destreza. No hay una posición clara actualmente y quizás nunca la haya.

Sólo basta con asomarse a la puerta de los locales para ver cómo los clientes se enganchan en un juego que los hace llevar su mano al bolsillo cada dos minutos. Bellas promotoras, sorteos de premios y hasta animadores y cantantes famosos se transforman en el gancho perfecto para atraer a la gente a este vicio que para algunos no es más que un juego…aunque con sus peligros.

Son las cinco de la tarde y Francesca Pérez termina su jornada laboral en la sucursal de Entel de Baquedano y se dirige rauda y sin distracciones al “casino” Royal Game de calle Ossa. Ella es una de las tantas personas que todos los días gasta algunos pesos en los llamados casinos del pueblo. “Lo hago más que nada por entretención y para distraerme”, expresa Francesca mientras aprieta el botón de la ruleta virtual.

Uno de los locales de máquinas tragamonedas más famosos de la ciudad es Star Game, que cuenta con dos sucursales en pleno centro de Antofagasta y otra en el sector norte. “Aquí es súper tranquilo y seguro”, comenta Rodrigo, un jugador esporádico de Star Game.

El dueño y administrador, Cristian Andreani, cuenta que las tragamonedas de su negocio están periciadas y certificadas por la Universidad del Mar. “Técnicos y expertos de la casa de estudios vinieron y me cobraron 54 mil pesos por máquina para certificarlas bajo la norma ISO 9001. Está todo legal acá”, comenta Andreani.

Plaga de locales

Antofagasta tiene su centro comercial poblado de estas máquinas. Tomando como referencia las calles Sucre y Orella en el norte y sur respectivamente; y Ossa y San Martín de Oriente a Poniente, sólo en ese perímetro hay 18 locales con máquinas de juegos. Algunos locales son más elaborados y están acondicionados sólo para aquello. Otros son negocios comunes y corrientes donde venden galletas y jugos y además hay un par de máquinas. El boom por estos “casinos del pueblo” es relativamente reciente, no tiene más de tres o cuatro años y al parecer, tiene para mucho tiempo más.

El presidente de la Asociación de Consumidores de Antofagasta, Héctor Poblete, expresa que estas máquinas “han ayudado a surgir a mucha gente”, porque es una fuente de trabajo “novedosa y entretenida”.

Claro, novedosa y entretenida porque las maquinitas tienen luces, figuritas, sonidos y en muchos de esos locales el jugador puede fumar tranquilamente, sin que alguien le diga que está prohibido o que apague el cigarro porque molesta a un infante. Allí casi todo se vale. Menos hacer preguntas sobre cómo funcionan las máquinas y menos si el local tiene los papeles al día. Esas preguntas nadie se las hace, por lo menos nadie de los que allí asisten. Es de común entendimiento que algunos de esos locales funcionan al filo de la ley, ya que muchas veces poseen patentes municipales de almacenes, verdulerías o cualquier otro tipo de negocio, pero no de Máquinas o Juegos Electrónicos de Destreza y Habilidad, que es la patente oficial y legal que otorga el Departamento de Obras Municipales (DOM) de la municipalidad de Antofagasta para los establecimientos de tragamonedas.

Destreza o habilidad

Introducir una ficha o un billete en una de estas máquinas y acto seguido apretar un botón para marcar cuánto es lo que se quiere apostar y luego darle al Start, no tiene mucha ciencia ni menos habilidad. ¡Y qué decir de la destreza que hay en nuestro dedo índice al momento de apretar el botón de girar! Obviamente allí no hay ningún tipo de habilidad ni destreza, es sólo azar.

Pero para Mariana Muena, presidenta de la Federación de Máquinas Tragamonedas de Chile, el acto de apretar los botoncitos de colores involucra un alto nivel de destreza de nuestra parte. “Jugando en estas máquinas tú puedes desarrollar tus habilidades, así después sabrás cuándo estás por ganar, porque la máquina da señales, como cambiar de música y colores cuando está por premiar”, explica.

Todos los dueños de estos locales de entretención opinan igual que Mariana y se amparan en el permiso que otorga la municipalidad donde señala que las máquinas son de destreza y habilidad, porque –según la Superintendencia de Casinos de Juegos (SCJ)- los únicos que pueden “explotar una máquina tragamoneda que esté en la definición de máquina de azar” son los casinos y es la misma superintendencia la que se encarga de fiscalizar dichos aparatos.

Pero, al observar a simple vista una tragamoneda de un local del centro y otra del casino Enjoy, no hay mucha diferencia. De hecho, varios “casinos del pueblo” tienen la última tecnología en sus máquinas y no tienen nada que envidiarle a las de Enjoy o Monticello. Una persona común y corriente las encuentra iguales. Es más, la definición que da la SCJ es bastante ambigua respecto a definir cuál corresponde a una máquina tragamoneda y cuál no. La define así: toda máquina mecánica, electrónica, eléctrica o electromecánica o que funcione con cualquier otro modo de operación y que entregue un valor de ganancia luego de la apuesta es una máquina de azar.

Gonzalo Jofré, técnico en electrónica, es uno de los encargados de certificar estas máquinas mediante ISO 9001. “Las pericias consisten en analizar las placas internas de la máquina, el chip central, siempre y cuando no haya sido adulterado”, señala vía telefónica. Es decir, Jofré revisa el chip de una de máquina -imaginemos la ruleta- y certifica todas las demás ruletas del local como de destreza y habilidad…con sólo analizar una.

El tema de que si estas máquinas son de habilidad o de azar es algo que quizás nunca se resuelva, porque entrarían al juego los casinos (con sus leyes y patentes distintas a las que rigen a los locales de entretenimiento) y obviamente a estos pequeños establecimientos no les conviene competir contra esos gigantes del derroche de dinero.

Lo que sí está claro para Juan Carlos Vallejos, ingeniero eléctrico de E-CL, es que “estas máquinas (las del centro), ya sean electrónicas o electromecánicas,  funcionan con sus chips programados, o sea, la jugada es completamente al azar y es imposible predecir cuándo se ganará”, sentencia.

Pero para la mayoría de las personas, no hay diferencia alguna entre unas y otras. “Para mí son iguales, pero acá es más barato jugar…no se pierde tanta plata como en el Enjoy”, expresa Francesca mientras sigue mirando fijamente la pantalla de la máquina 17 de Royal Game.

Claro está, en los casinos hay que pagar entrada, en estos locales no, por ende, es mucho más conveniente que la persona invierta (¿o malgaste?) ese dinero -que podría estar destinado a pagar una entrada- en su máquina regalona. Pero aún así, estos aparatos producen adicción en algunas personas, como la señora Ester Zelada, una abuelita de 63 años que todos los días juega en el casino Star Game de calle Matta y que gasta una parte considerable de su jubilación en “su vicio sanador”, frase con que ella llama a una probable ludopatía.

Es probable que la señora Ester sea ludópata, es decir, una persona que posee una adicción patológica y un impulso irreprimible a los juegos de azar, sabiendo las consecuencias que esto puede traer.

Quizás Francesca y Ester se han cruzado más de alguna vez en el paseo Prat o quizás no se han visto nunca, pero las dos comparten algo que las une de una u otra manera…el gusto por apostar en las tragamonedas.

Ganar y perder

Francesca es joven, tiene 34 años y una familia junto a su esposo y su hijo de siete años. Trabaja en Entel y todas las tardes juega en los tragamonedas. Pero, según ella, sabe muy bien cuándo detenerse. “Cuando veo que voy perdiendo y no gano nada, me retiro”, expresa. En cambio, la señora Ester es jubilada y su esposo también, por lo tanto, el ir a las máquinas es toda una aventura, a pesar de que su marido no siempre la acompaña. “No le gusta venir por la bulla”, dice mientras se sirve un café en el local. Quizás Francesca es más controlada para jugar porque sabe que tiene responsabilidades en su hogar, en cambio, la señora Ester ya no tiene mayores preocupaciones.

Aunque Mariana Muena afirme categórica que “estas máquinas nunca te harán perder plata porque no están diseñadas para eso”, es sabido que sí pueden hacerte perder dinero…y mucho.

200 mil pesos perdidos en una máquina de Enjoy es lo mismo que perder 200 mil en una máquina de Star Game. Zelada dice que ha perdido hasta 50 mil pesos en una tarde, algo impensado para Francesca que –en el mejor de los casos- gasta 10 mil.

Para Óscar Véliz, jefe de carrera de psicología de la Universidad Católica del Norte (UCN) y magíster en psicología clínica, el tratamiento para combatir la ludopatía no es fácil, ya que hay que cumplir con ciertos criterios para diagnosticar la enfermedad. “El principal es que se empiecen a deteriorar los lazos familiares o las relaciones de trabajo que poseía el individuo y que el jugar se vuelva una conducta desadaptativa y repetitiva”, afirma Véliz.

Hasta el momento –y por ser una patología identificada hace poco tiempo- los tratamientos para tratar la ludopatía no son cien por ciento efectivos, aunque el más usado es el tratamiento farmacológico, pero lo más difícil –en palabras de Véliz- es lograr que el jugador reconozca su adicción para así empezar un tratamiento de abstinencia.

¿Fin del tema?

Que son máquinas de azar, que son de destreza y habilidad, que sólo sirven para derrochar dinero, que sólo sirven para ganar dinero…la realidad es que los llamados “casinos del pueblo” hasta ahora ganan la batalla por funcionar, ya sea con todos los papeles necesarios –como la mayoría de los locales- o al filo de la ley, como el casino sin nombre ubicado en calle Prat, entre Matta y Ossa. Dicho local es atendido por chilenos y colombianos y extrañamente no posee ningún nombre a la vista, pero sí 51 máquinas y premios como planchas y hervidores que sortean los viernes.

Puede que la discusión sobre el funcionamiento de este tipo de negocios siga por mucho tiempo más o quizás al final lleguen a entrar en el subconsciente colectivo y logren convertirse en una forma más de emprendimiento. Lo cierto es que los locales tragamonedas del centro de Antofagasta tienen un promedio de 80 máquinas por establecimiento y generalmente están abiertos hasta la medianoche y con un regular flujo de público dispuesto a gastar dinero. Pero más allá de las pérdidas que significan para los clientes, estos locales se han transformado en un punto de entretenimiento importante, que ha sabido ganar su espacio y que da trabajo a cientos de antofagastinos.

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